Nosotros usamos cookies para mejorar tu experiencia. Al utilizar nuestro sitio web aceptas el uso de cookies de acuerdo con nuestra política de cookies.

Volver a theplace4change.com
TheDigitalBusinessNews
The Digital Business News
Estás leyendo El emprendedor y el gurú

El emprendedor y el gurú

The Valley Digital Business School
Formamos tu futuro digital

 

Un emprendedor digital estaba en problemas. Con una idea vaga pero bien presentada, unos meses atrás había convencido a un grupo de capital riesgo para que le dieran dinero. Pero los meses pasaron y, a la hora de la verdad, la idea no terminaba de cerrar ni el producto había llegado a desarrollarse. El emprendedor sabía que le había llegado, como a tantos otros, el momento de pivotar. Pero no sabía en qué dirección hacerlo, y solo le quedaban tres meses de financiación.

Así que, siguiendo el consejo de otros emprendedores, inició un largo peregrinaje al monasterio del gurú Nasrudin, en las montañas del norte, más allá del Valle de Silicio.

Al llegar, se presentó ante los discípulos del maestro y les explicó su problema. Después de varias deliberaciones, le explicaron que el gurú Nasrudin estaba dispuesto a interrumpir sus meditaciones para recibirlo. Podría quedarse tres días con ellos, durante los cuales tendría sendos encuentros con el gurú. Cada uno de ellos duraría solo tres minutos, el tiempo exacto para que el emprendedor explicara su problema y el maestro le hiciera una pregunta.

"Bueno", dijo. "Esperaba ser yo el que hiciera las preguntas". "No te preocupes", le contestó uno de los discípulos. "Si sabes escuchar, una pregunta es más poderosa que mil respuestas". Sorprendido por las reglas del encuentro, pero a la vez contento por haber logrado que le recibieran, el emprendedor agradeció y se retiró a sus aposentos.

 

Primer día: el negocio verdadero

Al día siguiente, los discípulos despertaron al emprendedor al amanecer y le llevaron ante el gurú Nasrudin, que estaba en el patio del monasterio, trabajando en las plantas de su jardín. "¿Qué problema quieres resolver?", le preguntó el maestro sin levantar la vista de sus plantas. "Tengo algo de dinero aún -contó el emprendedor-, y debo usarlo para lanzar un producto en tres meses. Tiene que ser un producto original y atractivo. Algo relacionado con la fotografía, porque de eso se trataba el proyecto original. Si no hago algo pronto, me quedaré sin fondos y ningún inversor volverá a creer a mí. Tendré que dedicarme a otra cosa. Ese es el problema que tengo que resolver".

El maestro cerró los ojos y permaneció en actitud meditativa por unos segundos. El emprendedor no sabía si interrumpirlo, pero antes de que atinara a hacer nada, Nasrudin empezó a temblar. El emprendedor pensaba que el maestro temblaba de miedo o de frío, pero pronto comprendió que en realidad temblaba del esfuerzo que hacía para contener su enfado. "¡Fuera de aquí!", explotó. Los discípulos entraron a toda prisa y sacaron al pobre hombre de la sala. Así terminó el primer encuentro.

El emprendedor estuvo reflexionando todo el día sobre lo ocurrido, hasta que entendió: "Claro", se dijo. "Qué egoísta he sido. No es mi problema el que debo resolver, sino el de los usuarios. Tengo que aprender a enfocarme en sus necesidades, y así tendré una idea realmente útil y atractiva a la vez. Estoy en el negocio de resolver problemas a mis usuarios".

 

Segundo día: el usuario verdadero

Al día siguiente, el emprendedor fue llevado nuevamente ante el gurú. Esta vez no esperó. "Maestro", se apresuró a decir. "Ya he entendido todo. Voy a resolver un problema, no el mío sino el de los usuarios: cómo compartir y publicar fácilmente las fotos que hacemos con el móvil".

El maestro no parecía sorprendido. Lo miró fijamente por unos segundos y luego dijo: "¿Y a quién vas a resolverle este problema?".

El emprendedor se asombró al oír estas palabras. Incluso se sintió un poco fastidiado por la pregunta: "Maestro, ¿cómo que a quién? ¡A los usuarios! ¡A todos los que quieran usar nuestro servicio! Cómo está el patio, no estamos para andar excluyendo a nadie..."

Nasrudin respiró profundamente, como intentando no perder la calma... antes de echar del recinto al emprendedor.

Otro día de reflexión ocupó al emprendedor. ¿Qué había hecho mal ahora? ¿Por qué el maestro no le decía directamente lo que había que hacer y ya? Pero con el correr de las horas, su espíritu se tranquilizó y su mente empezó a ver con claridad: el "usuario", así, en abstracto, no existe. Es imposible aspirar a resolver un problema concreto a un usuario no concreto. Para evitar que su idea cayera presa de las mismas vaguedades que habían echado por tierra su primer proyecto, tenía que ser capaz de dirigir su idea a un usuario con nombre y apellido, con rostro y hábitos. Un usuario imaginario, pero hecho de características reales, que ocupara con solidez el espacio que hasta ahora ocupaba el anónimo colectivo de usuarios. Una persona. Cogió papel y lápiz y se puso a trabajar.

 

Tercer día: la funcionalidad verdadera

El último día, los discípulos no tuvieron que despertar al emprendedor: el alba le había encontrado trabajando en su proyecto. Había tomado notas frenéticamente durante toda la noche, y fue con paso entusiasta al encuentro del gurú que, como todas las mañanas, trabajaba en el arreglo de su jardín personal. "¡Maestro! ¡Ya lo tengo! He hablado con mi equipo en el valle. He conseguido datasets con las características sociodemográficas de los potenciales usuarios, y a partir de esa información he diseñado una persona alrededor de la cual construiré mi servicio. Ahora podré visualizar con claridad los problemas que enfrenta a la hora de compartir sus fotos desde el móvil".

Nuevamente el maestro no parecía muy sorprendido. "Ahá. ¿Y cuántas cosas hará tu producto para ayudar a esta persona?", preguntó. "¡Muchas!", replicó el emprendedor. "Tantas como sea posible. Nuestro producto no puede salir al mercado si no hace, como mínimo, todo lo que hace la competencia y más cosas también. Si no, no sobrevivirá".

Esta vez, el gurú no se enfadó. Se acercó al emprendedor y le enseñó sus manos. En una llevaba una navaja suiza, dotada de una gran variedad de hojas, cubiertos y herramientas. En la otra llevaba un par de palillos. "¿Cuál de estos objetos te parece más útil?". "La navaja, claro", dije el emprendedor. "Puede hacer muchas más cosas". El maestro contestó: "Toma la navaja, entonces. Yo me quedaré con los palillos".

Los discípulos interrumpieron el encuentro para decirles que era hora de que el emprendedor volviera a su tierra, y que habían preparado una comida de despedida. El maestro y el emprendedor se sentaron a la mesa, y el emprendedor notó que no había cubiertos en ella. Trajeron el primer plato, y Nasrudin comenzó a comer hábilmente con la ayuda de sus humildes palillos. "¿Por qué no comes", le dijo al emprendedor. "Tienes todo lo que necesitas. Y el emprendedor tuvo que ayudarse trabajosamente, plato tras plato, con su navaja suiza, que podía hacer muchas cosas pero ninguna demasiado bien.

Al final de la comida, el emprendedor miró emocionado al maestro. "He comprendido la última lección. Es mucho mejor un producto sencillo que haga una cosa con excelencia que un producto complejo que hace demasiadas cosas. Conozco el problema que quiero resolver y también la persona a la que quiero ayudar, así que ahora sé que lo que debo ofrecer es un sistema de filtros muy fácil de usar para que el usuario pueda editar sus fotos directamente en el móvil y publicarlas en un segundo".

"Hijo, ya sabes todo lo que necesitas para enfrentar tus desafíos. Es hora de volver a casa", dijo el maestro, y despidió al emprendedor con un caluroso abrazo.

Mientras el gurú y sus discípulos miraban al hombre alejarse por el camino con paso enfático, uno de los alumnos dio un paso al frente y dijo al oído de Nasrudin: "Maestro, la idea del emprendedor ya existe. Se llama Instagram".

"¿De verdad?", dijo el maestro. Pero no parecía preocupado. Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro. "Bueno. Ideas hay muchas. Ya se le ocurrirá otra. Sabio, en realidad, es el hombre que demuestra que es capaz de implementar correctamente una de ellas". Y volvió tranquilamente a trabajar a su jardín.

 

Autor: Germán Frassa, Director de Internet Projects en Unidad Editorial y Coordinador del Área Content en The Valley